jueves, marzo 28, 2024
Opinión

Indiferencia: la verdadera maldad

Aarón Dávila.

Foto: Ilustrativa.

La indiferencia es un punto intermedio entre el aprecio y el desprecio. Si alguien siente aprecio, ese sentimiento resultará agradable y activo; en cambio, si siente desprecio, se tornará en algo que se pretende rechazar. Al mostrarse indiferente, el sujeto se vuelve apático al respecto; es decir; ni es frío, ni es caliente.

Del latín indifferentĭa, es el estado de ánimo en que una persona no siente inclinación, ni rechazo, hacia otro sujeto, un objeto o un asunto determinado. Puede tratarse de un sentimiento o una postura hacia alguien o algo que se caracteriza por no resultar positivo, ni negativo.

Como parte de la condición humana, se espera que las personas tengan empatía y puedan relacionarse con los demás. En este sentido, la indiferencia es la negación del ser, ya que supone la ausencia de creencias y motivaciones. Quien es indiferente no siente ni actúa, manteniéndose al margen.

Teresa de Calcuta decía: “El mayor mal, en la actualidad, es la falta de amor y caridad, la terrible indiferencia hacia nuestro vecino que vive al lado de la calle, asaltado por la explotación, corrupción, pobreza y enfermedad.”.

La indiferencia es el anti-valor de la solidaridad; es decir, es lo que nos hace inmunes al dolor ajeno, aquello que nos despoja del más básico sentimiento. Lo que aparta el corazón de la humanidad hacia la humanidad misma.

Martin Luther King, en una entrevista, expresó: “No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena.”.

Cuando evocamos el bien o el mal, encaramos de frente a la moral, más cuando la moral pierde autoridad en el ser humano, queda expuesta la ignominia de la indiferencia. El descrédito del ser por el ser mismo.

Jesús usó la parábola del buen samaritano como parte de su respuesta a una pregunta que le hicieron sobre los mandamientos.

En el evangelio de Lucas, leemos que un experto en la ley judía preguntó a Jesús cual de todas las leyes de Moisés era la más importante; Jesús sabiamente contesto: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo.”.

Queriendo probar a Jesús otra vez, el hombre preguntó; “¿Quién es mi prójimo?”; Jesús respondió con esta parábola del buen samaritano.

Parábola del buen samaritano: Un hombre judío estaba haciendo el viaje desde Jerusalén hacia Jericó, en el camino fue asaltado por unos hombres quienes les robaron su ropa, lo golpearon y lo dejaron casi muerto. (Como si estuviéramos leyendo las noticias del día de ayer, sólo que esta se narró muchos años atrás)

Un sacerdote también iba de viaje por este camino y al ver al hombre herido cruzó al otro lado de la calle y siguió sin ofrecer ayuda. Un levita también pasó por ahí, pero al igual que el sacerdote, cruzó la calle y se fue sin ayudarlo.

Después pasó un hombre de Samaria, un pueblo despreciado por los judíos. El samaritano vio al hombre y se compadeció de él, tomó vino y aceite para limpiar sus heridas y después de haberlo vendado, lo montó en su cabalgadura y llevó a un alojamiento donde pasó la noche cuidándolo.

Al siguiente día el samaritano le pagó al dueño de aquel lugar dos monedas de plata, para que cuidara del judío, y le dijo que si hubiera gastos adicionales le pagaría el resto la próxima vez que estuviera en el área.

Al terminar la parábola Jesús pregunto: ¿Cuál de estos tres hombres fue el prójimo del judío? El experto en la ley respondió: “El que mostró misericordia.”, Jesús entonces dijo: “Sí, vayan y hagan ustedes lo mismo.”.

William Shakespeare dijo: “El peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia; esto es la esencia de la humanidad.”.

Y así me veo en la necesidad de recordar aquella frase del Dr. Pablo Manzewitsch, cuando dice que: “La historia de un hombre es la historia de la humanidad.”

Desgraciadamente la indiferencia existe desde hace mucho tiempo ya, algunos piensan que es un mal necesario, ya que preocuparnos por todos los necesitados o por todos los problemas, tal vez nos ocasione un mal mayor. Pero esta sentencia, lejos está de ser una verdad, no es correcto pasar frente al necesitado, sin por lo menos ofrecer la mínima ayuda.

Ciertamente, no podemos ir por ahí pretendiendo ayudar o resolver los problemas de cuanta gente se atraviese en nuestro camino, pero tampoco podemos tan solo seguir y pretender no ver o no ser de alguna manera afectado por el dolor ajeno.

Acabamos de ser espectadores, al menos, a través de los medios de comunicación, de los efectos del huracán Harvey, en algunas ciudades de los Estados Unidos. Ciudades como Houston fueron increíblemente afectadas por el paso de Harvey; casas destruidas, edificios, automóviles, iglesias, escuelas, todo a su paso, destruido o dañado en gran manera.

Esto nos deja ver, una vez más, la pequeñez de los seres humanos frente a la fuerza de la naturaleza. Claro que no podemos ser indiferentes ante el dolor ajeno y paradójicamente para Trump, ahora los mexicanos, estamos viajando a las ciudades afectadas por el huracán para ofrecer apoyo a los afectados, por supuesto le daremos preferencia a nuestros compatriotas, pero muchos estaremos dispuestos a ayudar a quién lo necesite.

¿Qué debemos aprender en medio de la destrucción? A mi parecer, la primera enseñanza es la fragilidad de la vida misma. Todos como humanidad, como sociedad organizada, viven una interdependencia obligada; más allá de intereses personales, somos parte y esencia de una sociedad, esto nos dice que no es válido andar por ahí viviendo y actuando como si viviéramos solos y para nosotros mismos.

En términos de ciudadanía, no asistir a las urnas, para ejercer nuestro voto, en tiempos electorales, por ejemplo, es un acto de indiferencia; muy a pesar de los gustos personales, debemos presentarnos a votar y ejercer no sólo nuestro máximo derecho como ciudadanos, sino que, como seres pensantes, que representamos el bien de una sociedad, votar nos habilita verdaderamente como ciudadanos y nos da el derecho de exigir a los gobernantes el cumplimiento de su deber como servidores.

Asuntos como el maltrato a los animales, la destrucción sistemática del medioambiente, los feminicidios, los asesinatos de los periodistas, el maltrato a los niños, son formas de indiferencia y nos destruyen y socavan como sociedad.

Los efectos directos de la indiferencia son: el egoísmo, la corrupción, la mentira, el individualismo, deshonestidad, desamor. Y el fin último de tales efectos, es la destrucción. La indiferencia es la otra cara del desamor, luchemos contra ella, porque una sociedad indiferente es una sociedad sin paz.

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