Xoloitzcuintle, guardián de almas
*Eréndira Zavala*
La celebración de Día de Muertos es una de las expresiones mexicanas que rebosa magia, simbolismo y misticismo. En la cosmogonía mexica, el Mictlán es el lugar a donde las almas de los difuntos deben viajar después de la muerte; un viaje que implica atravesar varias etapas y enfrentar desafíos en un mundo de sombras y transformación, donde las ánimas deben dejar su vida terrenal atrás y adaptarse a una nueva existencia. En este escenario, el Xoloitzcuintle hace su aparición.
El nombre de Xoloitzcuintle, también conocido como Xolo, proviene del dios mexica Xolotl (dios de la muerte) e “itzcuintle”, en náhuatl perro. Es una raza sin pelo, de piel muy suave y ligeramente más largo que alto, una de las más antiguas del mundo, con orígenes de más de 3,000 años de antigüedad en Mesoamérica, considerado sagrado entre las culturas mexicas, mayas y toltecas, que ha sido venerado por la creencia de ser el guardián de los espíritus y guía y protector de las almas de los difuntos en su camino hacia el Mictlán.
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En la cosmovisión prehispánica, la muerte no se consideraba como el final sino como una transformación que requería atravesar un largo, profundo y caudaloso río, y el Xolo, con su lealtad e instinto protector, además de su amor y compañerismo, aseguraba que las almas llegaran con bien.
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