Es por amor
*Aarón Dávila*
Saben que tengo varios días observando detenidamente ciertas actitudes de las personas en los diferentes lugares que suelo visitar; por ejemplo, cuando voy manejando percibo actitudes de ansiedad, enojo, molestia, ganas de pelear o de gritar en las personas que circulan ya sea en automóvil, transporte público o caminando; en las calles es fácil encontrar contrincante.
Cuando estoy en el deportivo, curiosamente un lugar en el que vas a liberar estrés, además de ejercitarte, la gente esta tan ensimismada, que no son capaces ni de regresar un saludo o un simple buenas tardes; normalmente, al entrar a los vestidores por ejemplo, suelo brindar un saludo a quién o quiénes estén en ese momento, un mínimo gesto de civilidad y por supuesto de educación, buenas tardes o buenas noches, dependiendo la hora a la que asista, la sorpresa que me he llevado cuando al esperar alguna respuesta empática a mi saludo, lo único que recibo a cambio es un muy incómodo silencio y hasta gestos de malestar.
Al salir de mi casa o al llegar, siempre procuro saludar a los vecinos que me encuentro en la calle o en las entradas de sus casas y curiosamente, solo un par de ellos responden al mismo.
Ahora, me pregunto si este problema de civilidad y educación se debe meramente a un asunto geográfico, cultural, religioso, climático, de personalidad, o simplemente es a consecuencia del peso social que se vive en la actualidad.
Desde mi perspectiva personal, el peso social influye mucho en el carácter y en general en las emociones de las personas, pero es sin lugar a dudas el peso familiar y de conciencia los que en primer lugar nos harán responder de la forma correcta o equivocada en cada ocasión.
Permítanme explicar mi punto; desde la perspectiva social, la carga que genera la fractura de la paz social, tema que ya hemos tratado en alguna otra ocasión, es aplastante, rompe los esquemas preestablecidos y nos deja al descubierto y en condición frágil en distintos aspectos de la vida, pero esa carga, es sostenible y llevadera cuando al volver a casa, encontramos paz, amor, comprensión y buen refugio a todos los problemas que pudimos enfrentar lejos del hogar.
Volver a casa en la mayoría de los casos es como tocar base, tal cual como llegar al oasis que ha de proveernos lo necesario para saciar nuestra sed, cobijarnos en el amor de nuestra familia es lo que verdaderamente hará en todo caso la diferencia.
Es por amor, porque el amor lo cambia todo. Nos da seguridad, paz, cobijo, y buen socorro, es como un buen bálsamo para el cansado; pero que sucede cuando no es así, cuando antagónicamente el hogar se convierte en un cuadrilátero, un lugar donde papá y mamá se la viven peleando sin lograr llegar a un acuerdo, donde los hijos se refugian en el Internet mientras el tiempo suficiente pasa, para lograr salir de ese lugar.
El amor produce paz, y la paz concordia y buena salud, es por esto que, necesitamos luchar a ultranza por mantener el ambiente adecuando en el hogar, con honestidad y sin fingimiento.
Es posible cambiar, es correcto hacerlo, además, creyendo que, si lo hacemos, las cosas irán mejor y serán para bien, tanto para nosotros en lo personal, como para nuestras familias y en consecuencia para nuestra sociedad.
Ahora bien, yo les puedo asegurar que aquella persona que sale a la calle con suficiente dosis en el corazón de paz y amor, experimentará equilibrio y armonía en su vida mientras camina, o mientras maneja o va en el transporte público, de igual manera que en el deportivo o en el trabajo o en la escuela y con amor y paz suficiente en el corazón seremos capaces no solo de responder a un saludo, sino que además de nosotros saldrá uno igual de cálido para los que estén cerca de nosotros.
Jesucristo dijo: “La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo.”
La paz del mundo es efímera pero la paz que Dios nos ofrece es eterna. Vivimos en un mundo globalizado, en el que los problemas viajan de una punta a otra del planeta en segundos.
“La paz es un don de Dios y, al mismo tiempo, una tarea de todos” (Juan Pablo II)
Si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor (Antoine de Saint-Exupéry)
Vivimos una terrible ausencia de valores, no tan solo en lo social sino en lo familiar y en lo personal, de no reaccionar oportunamente, corremos el riesgo de que nuestra sociedad colapse y sufra las consecuencias de la falta de eso valores.
Es por amor…, el amor que un hijo busca en sus padres, el amor que los cónyuges deben profesar entre sí, el amor que debemos a nuestro prójimo, el amor que es capaz de levantar a nuestra nación.