Humildad, una virtud que cuesta cosechar
*Aarón Dávila*
Si…
Si puedes mantener la cabeza en su sitio
cuando todos a tu alrededor la pierdan y te culpen a ti.
Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero también aceptas que tengan dudas.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no incurres en el odio.
Y aun así no te las das de bueno ni de sabio.
Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso,
y tratar a esos dos impostores de la misma manera.
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,
tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas.
Si puedes apilar todas tus ganancias
y arriesgarlas a una sola jugada;
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,
a cumplir con tus objetivos mucho después de que estén agotados,
y así resistir cuando ya no te queda nada
salvo la voluntad, que les dice: ¡Resistid!
Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
O caminar junto a reyes, sin menospreciar por ello a la gente común.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos pueden contar contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el implacable minuto,
con sesenta segundos de diligente labor
Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y -lo que, es más-: ¡serás un hombre, hijo mío!
Si… (originalmente ‘If’) es un poema escrito en 1895 por el autor inglés Rudyard Kipling.
La palabra humildad viene de la palabra en latín humilitas, cuyo significado es ‘pegado a la tierra’; esto lo podemos entender como aquella persona que tiene los pies bien plantados en la tierra y no tiene creencias de grandeza.
La humildad es una virtud que cuesta cosechar; sin embargo, es posible hacerlo si alejamos de nuestra personalidad la soberbia y el egoísmo que, lamentablemente, en muchas ocasiones tenemos arraigados.
Muchos confunden humildad con pobreza, craso error; la humildad es un gran valor, uno que forma, define y establece muy altos principios, virtud de pocos.
Ser humilde consiste en entender cuáles son nuestras limitaciones, nos enseña y motiva a dejar nuestro orgullo de lado, tener una personalidad recatada, reconocer cuáles son nuestros errores y saber pedir perdón cuando no actuamos de la manera correcta.
Hablamos de corazones dispuestos al cambio, de hombres y mujeres dispuestos a compartir y vivir en acuerdo, la razón y el corazón actuando en contubernio.
La biblia describe la humildad como mansedumbre y ausencia del ego; la palabra griega traducida ‘humildad’ en Colosenses 3:12, y en otros lugares, literalmente significa humildad de mente; entonces, vemos que la humildad es una actitud del corazón, no simplemente una conducta externa.
Alguien podría tener una apariencia de humildad, pero con un corazón lleno de orgullo y arrogancia.
No es el conocimiento o la riqueza lo que nos hace superiores a los demás, es más bien la capacidad de reconocer al prójimo como igual; los escalones nos sirven tanto para subir, como para bajar, siempre será mejor subir con honra que con deshonra.
Esta actitud se opone a la ambición, vanidad y las luchas egoístas que vienen con la autojustificación y la defensa propia.
Ser humildes nos permite crecer como seres humanos, ya que comprendemos cuáles son nuestros defectos y nos vemos en la necesidad de convertirlos en virtudes.
La verdadera humildad se demuestra en nuestra forma actuar, es algo que se encuentra plantado en nuestra mente y, aún más, en nuestro corazón.
Si actuamos siempre con humildad la relación que tenemos con las personas va a mejorar de manera exponencial, a su vez podremos ayudar a que las personas la desarrollen y ¿qué mejor manera de enseñar que con el ejemplo?