La mejor versión de mí
*Aarón Dávila*
En cierta ocasión, frente al espejo, tome el rastrillo y unas tijeras dispuesto a rasurarme la barba entera, lo que no sucede muy a menudo, ya que soy de barba abundante y cerrada, por lo que siempre he preferido, por comodidad más que por vista, evitar rasurarme, ya que la barba me crece nuevamente con gran rapidez, de manera que rasurarme con frecuencia me causa cierta irritación que prefiero evitar y entonces por comodidad mejor no lo hago, simplemente, un toque aquí y uno más allá y suficiente.
Pero en aquella ocasión recordé lo que una sobrina mía, muy querida, me había dicho algunos días antes: tío, quítate la barba, porque te ves muy viejito.
Así que ahí estaba frente al espejo, rastrillo en mano, dispuesto a demostrarle a mi pequeña sobrina que la culpa enteramente era de la barba, ¿viejo yo?, esto se resuelve rápidamente, me dije a mí mismo, pero a punto de tirar el primer tijeretazo, resuelto a cambiarlo todo, me detuve y me quedé viendo fijamente mi imagen en aquel espejo; sorprendido descubrí cuantas veces el espejo y la mente en contubernio me habían engañado.
Ahí estaba frente a mí una realidad que no alcanzaba a ver con claridad, en verdad no soy un anciano, pero los años han pasado ya, descubrí que la barba abundante, pero canosa, hace juego con mi cabello y por supuesto me alegro mucho tener algo, aunque sea canoso y poco que peinar todavía.
Ahí, gratamente sorprendido por la imagen de mí que veía, me refiero al significado del tiempo transcurrido en mí vida, medite en lo siguiente.
Más allá de la apariencia que el espejo me muestra en ese instante, ¿cuál puede ser mi mejor versión?, la mejor versión de mi vida, ¿qué es lo que los demás ven de mí? o ¿de qué manera me perciben los que están a mi alrededor?; ¿alguna vez te has preguntado eso, querido amigo y amiga?
Constantemente la mente nos juega sus mejores tretas, los recuerdos de mi juventud, por ejemplo, me hacen contarle grandes hazañas a mi hijo respecto a mi capacidad para hacer suertes en la bici o en la patineta, o de cómo jugaba futbol americano o escalaba grandes alturas o mis grandes viajes en la moto, pero me percato del paso del tiempo cuando la emoción me gana y quiero demostrarle los saltos que daba o la manera de escalar un muro, insisto, no soy aun un anciano, pero definitivamente mis reflejos, mi elasticidad, mi condición ya no son las mismas que en aquellos años de mi vida.
Entonces, aquel día frente al espejo descubrí que la mejor versión de mí mismo no es la que veo frente al espejo, sino la que sale día tras día a enfrentar la vida, la que lucha a pesar de todo, aquella que decide que es posible alcanzar sueños y que vale la pena continuar.
Es decir, sin afán de sonar sensacionalista ni motivador, la mejor versión de mí mismo no depende ni de la edad, ni del tiempo, ni de la apariencia.
Para disfrutar de las cosas que me ofrece esta vida necesito comprender su valor y su riqueza, lo que me corresponde, el papel que me toca desempeñar y hasta donde debo llegar.
Dicen que el primer paso no te lleva a donde quieres ir, pero sí te saca de donde estas.
Definitivamente no sales tampoco, para quedarte parado, una vez que sales sigues caminando, das un segundo paso y uno más y sigues hasta llegar.
La mejor versión de ti mismo es la que deja ver a los demás, que es tu actitud y tu deseo por seguir, lo que te hace verte bien y no la barba o el cabello o cualquier otro accesorio que, al fin y al cabo, van y vienen todo el tiempo.
Andar por fe y no por vista, creer y tener esperanza en lo porvenir y nunca dejar pasar la oportunidad de volver a intentar; la fe no hace que las cosas sean fáciles, hace que sean posibles.
Y sin fe es imposible agradar a Dios; es decir, la fe no es opcional, es una herramienta que nos fue otorgada para hacer los sueños realidad, para darle nombre a cada anhelo, para trazar un camino verdadero por seguir.