Los años de mi vida
*Aarón Dávila*
Unos días antes de celebrar mi cumpleaños, el pasado 30 de Marzo, alguien me hizo la siguiente pregunta: -¿Cuantos años vas a cumplir?-
Sin darme tiempo a contestar me dijo: -¿No serás de los que ocultan la edad, verdad?
A lo que contesté, después de una buena carcajada:
Amiga, la verdad es que cada etapa en mi vida ha sido especial; sin afán de vanagloriarme en lo absoluto: he viajado por lugares hermosos, conocido y amado a gente maravillosa, que ha bendecido mi vida en tantas formas, que no podría de ninguna manera ocultar mi edad.
Para mí, cada día vivido ha dejado algo especial, de lo bueno y de lo malo he aprendido, han podido ser sumadas en mi vida, experiencias tan variadas cómo únicas.
La tristeza y la alegría, cada una en su momento me forjaron, arropando con vertiginosa gracia mis desvelos. Mal haría yo si me quejará y peor aún sino supiera cosechar el fruto de lo que he vivido.
Anhelo llegar a viejo y contar a tantos como pueda mis historias, las historias de una vida bien vivida.
Es verdad que he tropezado; no podría yo, jamás intentaría siquiera, eludir responsabilidad alguna por mis actos. Infranqueables momentos de frente me toparon, no habiendo más que aprender de ellos y seguir entonces caminando.
Los valores que en mi infancia con acierto mis padres en mi forjaron, han sabido sostenerme a pesar de los largos trayectos, de esas noches incontables de zozobra y desconsuelo.
Los años de mi vida, cómo el fruto de la vid van madurando, tal vez, al fin he comprendido. Vida, sólo existe una y es mejor vivirla toda.
El rey David decía, allá en los salmos: “Hazme saber, Señor, el límite de mis días, y el tiempo que me queda por vivir; hazme saber lo efímero que soy.” Tal vez lo que intentaba descubrir era de cuanto tiempo disponía para corregir sus errores y tal vez cuanto más podría gozar de salud para vivirla.
Cuando joven, aprendía muchas cosas a base de prueba y error, constantemente tropezaba, era pronto para hablar, jamás callaba, más al crecer, aprendí lo valioso de callar y saber escuchar, me hice amigo del silencio y entonces, sólo así, pude escuchar a la razón.
Los años de mi vida, uno a uno van pasando, no me avergüenzo de nada, de poco me valdría, sin embargo, ahora, ocupo lo mejor que puedo mis momentos, cada día de mi vida sea único y si Dios así me lo permite, con gran alegría, logre compartir cada experiencia por mí vivida. Amén.