Los hijos: honra y virtud de los padres
*Aarón Dávila*
Pienso que ciertas decisiones deben contar con la posibilidad de negociación, sin embargo, existen otras que deben fijarse con determinación y sin posibilidad de negociación.
Hablando de la labor educadora de los padres hacia los hijos, es bueno comprender como padres, la bendición implícita de educar a nuestros hijos.
El rey David decía que “los hijos son como saetas en mano del valiente,” son honra y virtud de los padres.
Es decir; educar a nuestros hijos es una labor de día y de noche, una que en forma natural debe ocupar mente, corazón y voluntad.
Si como padre descuido mi compromiso y labor educadora hacia mis hijos, entonces, alguien más lo hará por mí, lo cual hoy en día con la influencia de tantos elementos externos como, por ejemplo, las redes sociales, que han superado por mucho a la televisión, es pan de cada día.
A diferencia de un profesor o educador, los padres no cumplimos con un horario base para educar, nuestra labor es de tiempo completo, pero contamos con una herramienta maravillosa que en forma natural podemos utilizar, el amor de nuestros hijos hacia nosotros como padres.
La visión natural de un hijo hacia su padre o hacia su madre es de honra, de admiración, de respeto, y de amor verdadero, amor incondicional.
Cuando los hijos ven y perciben lo mejor de nosotros sus padres hacia ellos, en forma natural surge en sus corazones el deseo de imitarnos y seguir nuestro ejemplo, padres amorosos, dispuestos a apoyarlos, aconsejarlos y velar por su bienestar, pero; ¿qué sucede, cuando nuestros hijos perciben todo lo contrario de nosotros? Excusas, desinterés por escucharlos, falta de tiempo, falta de ánimo, falta de atención.
Seguramente buscarán todo lo anterior durante un tiempo, pero al no encontrarlo en nosotros, comenzarán a buscarlo en otra parte o en otras personas, buscarán maestros y ejemplos lejos del hogar y de nuestra influencia.
Quiero ser claro en esto, los hijos son herencia de Dios para nosotros padres, son nuestro mayor tesoro, es por esto que, debemos ser sustento, fortaleza, amor y plenitud para sus vidas.
Como padres existe un deseo natural por amar y agradar a nuestros hijos, pero que importante es que aprendamos de las experiencias de nuestras propias vidas, a construir un camino parejo y firme para nuestros hijos.
La experiencia de los días pasados nos ayuda a construir los días venideros. La experiencia vivida construye los hechos de nuestra vida y el aprovechamiento de estos, nos da congruencia para guiar con toda la autoridad moral necesaria la vida de nuestros hijos.
En ocasiones, es bueno ofrecer cierta negociación en la toma de decisiones, pero en otras más, nos toca a nosotros padres, tomar las decisiones correctas que edificarán una vida plena para nuestros hijos.
Hoy por hoy, existen muchos enemigos de las relaciones entre padres e hijos, nos corresponde a nosotros limpiar el camino de nuestros hijos, para que oportunamente exista en ellos el deseo de ser guiados por nosotros.
Como en un espejo, lo mejor de nosotros padres debe reflejarse en la vida de nuestros hijos, cada día, a cada instante y con plena armonía.
Eduquemos a nuestros hijos con amor, con prestancia, con visión, teniendo claro que debemos ser el mejor y el mayor ejemplo para sus vidas, no su mayor tropiezo.
Nuestros hijos, no tienen la culpa de nuestros errores, nosotros en cambio, si seremos culpables de sus mayores fracasos.
Formemos hombres y mujeres de bien, con corazones y propósitos firmes, capaces de dar a su familia y a su sociedad el mejor de los ejemplos.
Cuidemos de nuestros hijos con amor especial, dedicado y forjado de la esperanza de verlos crecer bien y fortalecidos. Nuestros hijos son nuestro tesoro especial, herencia de Dios para nosotros padres.