jueves, noviembre 21, 2024
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PRI: VEJEZ Y MUERTE

Por Raúl Río Valle

 

Todo lo que nace merece morir. Y en el… ¿festejo?… de sus 88 años el PRI parece estar a punto de, o al menos merecer ya, morir.

En el 2012 López Obrador pronosticó que el regreso del PRI sería peor que el regreso de Santa Anna. Se quedó corto. La realidad fue terriblemente peor, indescriptible.

Después de la decena trágica del PAN con Vicente Fox y Felipe Calderón muchos mexicanos gritaban en cantinas y fiestas familiares: “Que se vayan los pendejos y regresen los corruptos, al menos éstos si saben cómo controlar a la delincuencia y parar la violencia, ellos sí saben gobernar”. Y pues resultó que no, que no pudieron o no quisieron controlar a la delincuencia y tampoco pudieron gobernar.

Lo único que todo México observó es que como corruptos llegaron recargados y remasterizados. Desde el primer día robaron como si fuera el último día de su vida y hasta la fecha no se han cansado.

La nueva generación de gobernadores del nuevo PRI que Enrique Peña presumió en la campaña del 2012 resultó peor. Cesar Duarte de Chihuahua, Tomas Borge de Quintana Roo y Javier Duarte resultaron lo peor de entre lo peor en el submundo de la corrupción. Pero los apellidos dinosáuricos no cantaron mal las rancheras, los Moreira de Coahuila y todos los exgobernadores de Tamaulipas son ejemplo de ello.

En materia de corrupción el PAN no se rezagó, Guillermo Padrés en una muestra de ello. Como lo es Graco Ramírez en el bando amarillo. Luis Videgaray y su casa de Malinalco y el mismo Peña Nieto con su casa Blanca de Las Lomas. Vaya, hasta José Mansur Quiroga con su gran Mansión con lago artificial, zoológico y bodegas para almacenar su gran colección de autos clásicos Ford Mustang y de otras variadas marcas. Pepe Mansur con 40 años de servicio público es el “hombre fuerte” de Eruviel Ávila.

Por ello Enrique Peña no será recordado como el presidente de las reformas estructurales, que resultaron un mito y no resolvieron nada; tampoco su gobierno será recordado por la violación sistemática de los derechos humanos en Tlatlaya, Iguala, Tanhuato, Apatzingán y Nochistlán; no, el gobierno de Peña Nieto será recordado por sus sistemáticos actos de corrupción.

La casa Blanca de Peña será más recordada que la de José López Portillo en la Colina del Perro de Cuajimalpa, o que el Parthenon de Zihuatanejo del Negro Durazo. El orgullo del nepotismo lopezportillista quedará opacado por el empecinamiento nepótico y despótico de imponer a su primo Alfredo III, el príncipe de Atlacomulco.

Pero el nepotismo de las dinastías del PRI no es exclusivo del Estado de México. Y se puede observar claramente cuando el viernes pasado sale de la secretaria general del PRI la prima del presidente Enrique Peña, Carolina Monroy; y entra la sobrina del expresidente Carlos Salinas, Claudia Ruíz Massieu Salinas. Como decía la abuela: “Están viendo el temblor y no se hincan”.

Peña Nieto está en el fondo del despeñadero. En su encuesta trimestral más reciente el periódico Reforma le daba un 12% de aceptación entre la población. Y el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados en enero de éste año le otorgaba solamente el 6% de popularidad. Nunca, léase bien, nunca un funcionario de ese nivel había estado en el suelo y a punto de entrar al subsuelo. Y en esa caída, todos lo saben, jaló al PRI.

Ambos, presidente y partido; Peña y el PRI, como dice la canción, andan volando bajo. La indignación colectiva y el repudio social son la cruz que van cargando ambos, hundidos en el pantano de la corrupción. Y no entienden que entre más se mueven, más se hunden.

Por ello llama la atención que Peña Nieto haya llegado al 88 aniversario del PRI más que con discurso triunfalista, llegó con un tono amenazante contra aquellos que están indignados y hastiados contra Peña y PRI en principio, pero que a últimas fechas han arremetido también contra el PRD, el PAN, el PVEM, el PES, el Panal, el MC y hasta contra todo aquello que huela falsamente a independiente.

El discurso de Peña del sábado pasado no puede pasar desapercibido. Ahí anticipó: “en 2017, vamos por cuatro triunfos claros, contundentes e inobjetables: vamos a ganar en el Estado de México… en Nayarit… en Veracruz y vamos a ganar en Coahuila”. Es decir, al viejo estilo del PRI chicharronero anunció carro completo para el PRI.

Peña Nieto calcula que hay millones de ingenuos en el país que acepten que con una popularidad que ronda entre el 6-12% y un PRI que no anda muy despegado que digamos, puede ganar en los cuatro estados en disputa. Hasta un joven inexperto en materia electoral sabe que un partido que anda en su intención de voto nacional entre el 12 y el 15% no ganará jamás una elección de la dimensión del Estado de México. Por lo menos no, en buena lid.

Y hay que ser de plano muy ingenuos para creer que unos gritos chichorroneros de Peña harán que los desprestigiados hermanos Moreira ganen en Coahuila. O que la buenísima fama pública que Javier Duarte trae en Veracruz hará que el PRI se lleve carro completo en ese estado. O que los mexiquenses esperamos con impaciencia el ascenso al trono de Atlacomulco de Alfredo III. No. No hay por dónde. Enrique y el PRI están despeñados. En todo México, incluida la tierra del presidente.

Por eso es más preocupante que Enrique Peña Nieto haya dicho y en el tono que lo dijo, que un triunfo de la oposición en las elecciones de 2018, pensando en MORENA, podría representar un riesgo para el país. “Hay riesgo de retroceso, al igual que hace seis años están resurgiendo las amenazas de la parálisis de la derecha o el salto al vacío de la izquierda demagógica”, expresó Peña Nieto ante el priismo en pleno el 4 de marzo.

Nuevamente el discurso de odio y división. De nueva cuenta el cuento del peligro para México. Peña y el PRI no entienden que los mexicanos los ven a ellos como el retroceso al haber regresado en 2012 con los resultados que todos tenemos a la vista. El retorno del PRI fue mil veces peor que el regreso de Santa Anna.

Y los mexicanos parecen, por fin, decididos a extirpar ese cáncer. Parecen decididos a ayudar a bien morir a esa expresión que regresó en 2012 convertido en un auténtico Frankenstein. A sus 88 años puede empezar a perder todo. Puede ser que cuando llegue a los 90 tenga que morir para volver a nacer completamente transformado, incluso con su código genético modificado.

Por lo menos hasta hoy y pese a los avances de la ciencia, con la vejez llega la muerte.

Ya lo dije y lo vuelvo a repetir. Peña va a ser al PRI, lo que el famoso meteorito que cayó en Yucatán fue para los dinosaurios, los llevó a la extinción.

 

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