Un buen nombre lo dice todo
*Aarón Dávila*
El nombre hace muchos, pero muchos años, además de identificarlo como persona, establecía un precedente respecto al lugar del que venía, la calidad de persona que era, la familia de procedencia, la actividad económica y hasta sus costumbres.
El solo nombre de una persona decía tanto, que tan sólo con escucharlo se podía definir la siguiente reacción de quien lo escuchará; temor, confianza, enojo, burla, respeto, etc.
Cuando el nombre pierde su valor
Con el correr de los años, el nombre perdió importancia o relevancia frente al apellido, de manera que en la actualidad el apellido de una persona puede decir más que el mismo nombre.
En algunos casos, ya ni siquiera se utiliza el nombre, al presentar a alguien, se lo presenta como el sr. Martínez o la sra. Martínez.
El nombre es nuestra primera seña de identidad, aquello que nos identifica y nos da entidad; el apellido es algo relativamente nuevo y en algunas culturas no existía.
En todo caso, elegir bien el nombre de un hijo es una decisión muy importante y debe ser bien meditada por los padres, ya que va a ser el que le identifique siempre e incluso conferirá cierta personalidad al niño; por favor evite los nombres feos, inmisericordes: Nepomuseno y todavía le dicen muy orgullosos Nepomuseno III.
Lo que representa el nombre
Ahora bien, cual sea nuestro nombre es un asunto importante, pero lo que represente es otro aún mayor.
Tener un buen nombre y hacerse de un buen nombre; es decir, lo que represente y signifique nuestro nombre construirá la reputación o la imagen que los demás tendrán o formarán de nosotros.
Un buen nombre es un gran tesoro y abre puertas difíciles de cerrar.
No es lo mismo que digan ‘ahí viene Juan’, a que digan ‘qué mala suerte, ahí viene Juan’.
El rey Salomón decía: “Más vale el buen nombre que las muchas riquezas” o “mejor es el buen nombre que el buen ungüento.”.
Es decir, lo que seamos capaces de construir con integridad, honestidad, valentía, decisión, otorgará verdadera grandeza a nuestro nombre y a quienes deseemos ser.
Los hechos y las inclinaciones de las personas suelen expresar su condición y, en la mayoría de los casos, motivar su reputación.
Así, quienes se esfuerzan en optimizar sus gestiones y tareas adquieren el nombre de laboriosos; mientras, a quienes las evaden y no adquieren responsabilidades se les llama holgazanes.
Conscientemente o sin pensar en ello, todas las personas se construyen durante su vida un nombre o una reputación ante los demás.
¿Cómo nos gustaría que los demás nos vieran?, ¿qué rastro queremos dejar al pasar?; tengamos presente siempre esto: “quién siembra bien, cosecha bien”.
Formemos un buen nombre y construyamos verdaderos tesoros, tesoros perdurables, tesoros de bien.
¡Un buen nombre lo dice todo!
Un buen nombre revela mi esencia, mi postura ante la vida, el camino por seguir, las puertas por abrir y aun aquellas que por mi bien debo cerrar.
En conclusión, el nombre de una persona esclarece muchas dudas, pero el ejercicio ético y moral, así como los valores detrás de un nombre, lo dice todo.
Nuestra sociedad necesita de muchos buenos nombres para ser restaurada verdaderamente.