Vientos de esperanza
*Aarón Dávila Payán*
La carga que se lleva a cuesta, se torna pesada y más aún, si la llevas solo.
Que maravilloso sueño o tal vez, pretencioso anhelo, extender los brazos con las manos abiertas, en una situación de sufrimiento o descontrol y encontrar quién se tome de ellas, quien te brinde apoyo y fortaleza, desinteresadamente.
Encontrar en medio del dolor y el sufrimiento, valores como la solidaridad, empatía, compasión, o comprensión y generosidad, es tal cual, caminar por un sequedal y encontrar un arroyo de agua fresca y abundante.
Los valores nos permiten ver, lo que otros ya no ven. Sentir, lo que otros ya no perciben. Amar, lo que se ha dejado de amar.
Probablemente un valor, al que personalmente considero dentro del margen de lo sublime, o, mejor dicho, etéreo, sea la esperanza.
Este es un valor que cubre toda expectativa de vida, por lo que se logra, lo que se anhela, lo que se espera e inclusive por lo que nunca llega.
Es un valor de ricos y pobres, de cultos e incultos, un valor que te hace andar y levantar la mirada nuevamente, para buscar lejos, hasta donde los ojos pierden la perspectiva de las cosas.
La esperanza es así de hermosa, de fuerte y abrazadora, porque es un valor sustentado en la fe, que nace en el corazón de Dios mismo.
Confiamos en que él cumplirá sus promesas y que no nos fallará cuando más lo necesitemos.
La esperanza en Dios nos libera del miedo al futuro y de la incertidumbre. “El Señor es bueno; es un refugio en el día de la angustia. El Señor conoce a los que en él confían.”. Profeta Nahum.
El viento con bravura azota al roble, al encino y al abeto, pareciera deseoso de destruirlo todo a su paso, pero, la esperanza se mueve por encima, e inclusive entre el viento, nada la consume, siempre está presente.
La desesperanza, sin embargo, es la puerta del olvido, del jamás, de lo que no veremos más. Quién la fe desconoce, la esperanza nunca encuentra.
Mientras el sol a su lugar regrese cada día, habrá esperanza, mientras al cerrar los ojos cada noche, encontremos sueños esperando nuestro regreso, habrá esperanza; si el corazón de los seres humanos late fuerte, entonces, el oído de Dios estará dispuesto a escuchar.